Fallecimiento de Nicolás García León
< volverEstimados amigos, nos llegan noticias tristes del fallecimiento, en el día de ayer, de D. Nicolás García León que fue sacerdote en la Iglesia de Santa Bárbara de Las Herrerías.
En octubre de 1975 sustituyó a D. Celestino Jaldón y estuvo hasta agosto de 1984 en que su plaza fue cubierta por D. Santiago Salguero.
Cura muy especial empezando como cura obrero con una dedicación total a su comunidad.
Como homenaje y recuerdo a D. Nicolás, os adjunto un documento que en el año 2012 me remitió D. Nicolás para incluirlo en un futuro libro sobre los curas de Herrerías y donde se cuenta con lujo de detalle la personalidad y trayectoria de este buen hombre dado a los demás.
Hechos y vivencias
En atención a la Asociación de Herrerías, que me pide que les dé algunos datos de mi vida y exprese algunas vivencias como cura de Herrerías en el tiempo que estuve ahí, con gusto intentaré colaborar en lo que pueda y sepa.
Nací en Ardoncino el 16-IX-1938 en un pequeño pueblo de León, a 15 kms. al sur de la capital, de padres labradores: mi padre labrador, mi madre maestra. Soy el menor de los cinco hermanos, tres mujeres y dos hombres.
A los 11 años me llevaron a la capital a prepararme para ingresar en el Seminario. Viví en casa de una patrona y con varios estudiantes que hacían sus estudios en diferentes profesiones. Fue mi primera ausencia de la casa paterna y mis primeras experiencias en la capital: ver el tren los domingos por la tarde con las locomotoras de carbón haciendo sus maniobras, preparando los vagones de mercancías era una de mis diversiones favoritas los domingos por la tarde. (León es nudo ferroviario entre Galicia, Asturias, Castilla y Madrid y tenía una gran estación; ahora más simplificada).
Otra novedad importante aparte de los estudios, ya más serios que los de la escuela, fue el poder entrar alguna vez al fútbol que marcaba entonces la Cultural y Deportiva Leonesa en segunda o tercera división. Nos “colaban” algunos buenos señores como si fuéramos sus hijos. Lo digo en plural porque eso lo intentábamos muchos chavales a la vez, unas veces con suerte y otras sin ella.
Terminado el curso, exámenes de ingreso para el Seminario. Aprobado. Y ya en el verano mi madre y hermanas a preparar el “ajuar”, incluida la sotana, que luego usaríamos para ir a misa y salir de paseo los domingos. A diario se usaba un guardapolvos gris, muy parecido a los que usaban entonces los tenderos de cualquier tienda de ultramarinos, por ejemplo.
Año tras año pasaron los cinco de Latín y Humanidades en el Seminario Menor de San Isidoro, a 3 kilómetros al norte de la capital, al lado de la carretera de Asturias. Estudios, juegos, vacaciones de Navidad y de fin de curso…
En el quinto curso, con 16 años perdí a mi madre con complicaciones después de una operación. A partir de ahí pasamos al Seminario Mayor de San Froilán, donde se cursaba Filosofía y Teología, tres y cuatro cursos respectivamente. Estudios, juegos, deportes y aficiones… Deportes casi exclusivamente el fútbol. Como afición la bandurria primero y luego la guitarra. Formamos una rondalla, cosa inaudita en aquellos tiempos y en aquella casa…; y, sin embargo, no hubo prohibición alguna. Claro que tocábamos piezas “de pro”: Schubert, Brahms, etc…., vamos, “de concierto”, y dimos algunos dentro de la casa, claro. También pasacalles, desde luego: todo muy “correcto”, pero divertido.
Llegan las Primeras Órdenes del Subdiaconado y comenzamos a llevar corona y sotana en la calle. Al año siguiente, Diaconado y Presbiterado. Y la Primera Misa en el pueblo y todo eso. (Para mi vergüenza hoy…), como era costumbre que al misacantano los mozos del pueblo lo llevaran en unas andas a hombros de casa a la iglesia y de la iglesia a casa, así ocurrió aquel día 21 de junio de 1962 en Ardoncino. ¡Qué le vamos a hacer…!
En octubre primer destino: tres pueblos de montaña al norte de León a 45 kms de la capital: Geras de Gordón, Paradilla de Gordón y Cabornera de Gordón. No había ni coche ni moto y como estaban a 6 kilómetros de distancia los atendía usando una bicicleta. Luego me haría con una moto de 49 cms., más tarde la Vespa, y a los seis años de estar allí, con un seiscientos de segunda mano.
En aquellos pueblos hicimos muchas tareas conjuntas a nivel de arciprestazgo. No sé si os suena qué es eso. Es una división territorial dentro de la diócesis que entonces abarcaba las parroquias de doce o catorce sacerdotes en una comarca, para trabajar más en conjunto y unión según las características de la comarca en cuestión. Aquella se llama Gordón, y tiene como principal medio de vida las minas de carbón y la ganadería de vacuno. Hubo algunos “roces” con la dirección de la Hullera Vasco Leonesa por nuestras acciones “pastorales”, que no les gustaban demasiado: hojas parroquiales, algunas homilías, que dijeron que grababa la policía secreta, etc. Hubo alguna denuncia a la Guardia Civil, al obispo…, cosas “normales” podría decirse, en aquella época en que la autoridad, civil o eclesiástica no admitía posturas reformistas y menos contestatarias. No había libertad de expresión, por ejemplo, ni de reunión, ni de asociación. Alguna vez los compañeros sacerdotes, para tratar nuestros asuntos, tuvimos que reunirnos en una gasolinera intentando despistar a la policía.
Pero es que estábamos en los primeros años del Concilio Vaticano II, (Inaugurado el 11-X-1962) y eso, amén de nuestros veinticuatro, veintiséis o veintiocho años, nos infundía bastante valor para decir cosas que resultaban entonces novedosas y que parece que molestaban a algunas personas. Aún conservo una multicopista manual, entonces no autorizada, con la que algunos sacábamos las hojas parroquiales, y también conservo muchas de esas hojas. Se puede ver que eran totalmente inocuas.
Llegó el año setenta. En agosto, me traslado a Sanlúcar de Guadiana por motivos familiares. La hermana que vivía conmigo padecía del corazón y los médicos le aconsejaron buscar un clima más bajo y más benigno que el de León. En Geras yo vi los -20º, y estábamos a 1.130 metros de altitud. Lo que la medicina podía arreglar o paliar lo estropeaba el clima con creces.
Aquí comienza una nueva etapa de mi vida, etapa absolutamente nueva: “emigrar”..., sin referencias, sin conocer la gente, su carácter, la tierra…, ni siquiera el clima. Y es que León y Huelva están distanciados por muchas más realidades que lo que son los 800 kms. de distancia. Así que a ver, reflexionar, preguntar y aprender. Todos me trataron muy bien: el obispo, los compañeros, la gente, especialmente D. Celestino que, por entonces, atendía a Herrerías.
Dos años allí. Y en el arciprestazgo del Andévalo, que abarcaba desde Sanlúcar de Guadiana al Cerro de Andévalo y de San Bartolomé de la Torre hasta Paymogo y Santa Bárbara de Casa. Para mí, fue muy importante, porque viniendo de donde venía y con las experiencias que he contado de la comarca de Gordón, encontrar otro arciprestazgo, que se reunía, que pensaba, que quería hacer algo más que lo de siempre, supuso un fuerte apoyo moral que agradezco de corazón.
En Sanlúcar me dediqué especialmente a los niños y a los jóvenes, mientras iba conociendo a la gente y sus circunstancias: juegos, futbol, salidas al campo…Mi hermana reunía a algunas chicas enseñándoles corte y confección. Naturalmente me hacía muchas preguntas cada día para tratar de comprender a la gente, su modo de ser y de vivir: economía, costumbres, fiestas o duelos, reacciones…También atendía El Granado, y el Puerto de la Laja, con incursiones al Romerano, Guadiana abajo. Incluso me pidió el cura portugués que de vez en cuando pasara a Alcoutín a hacerle algún entierro. Y así lo hice. Así que… cura “internacional…”.
En agosto Celestino siempre me urgía para que fuera un mes de vacaciones a mi tierra y él se encargaba de suplirme. Gracias. Así mi aterrizaje entre vosotros, los andaluces, fue menos costoso.
En agosto del 72, al volver de las vacaciones de León, mi hermana empeoró de repente y a los ocho días murió. Yo pensé seguir allí aunque estuviera solo. Pero el obispo, no sé si alertado por algún compañero mío, me propuso salir de Sanlúcar para que no aumentaran mi dolor los recuerdos de mi hermana estando presentes los lugares donde habíamos vivido los últimos días. El hecho es que en octubre y debido a ciertas premuras de cambio de otro compañero me nombraron para Alosno. Y allí fui con mis muebles.
Entrar en un pueblo como Alosno, para un cura de León que solo tiene experiencia de pueblines pequeños, “chicos…” es como entrar en una capital. Otra nueva etapa y nueva adaptación. También allí encontré apoyo en la gente, en el sacristán Pepe Perea, hoy ya fallecido. En los jóvenes, las catequistas, las religiosas, los niños y tantas personas adultas que me hicieron amena la tarea. También allí hubo fútbol. Incluso estuve federado en una competición que tenían organizada los maestros…
Y tuve algún grupo de adultos en reuniones semanales de formación. Actividades culturales de los jóvenes en el salón parroquial: teatro, por ejemplo, las campañas radiofónicas del Domund… Se inició la formación de la primera Junta Parroquial por votación secreta de los fieles. Esta Junta fue la que me impidió la realización de mi proyecto: trabajar manualmente y vivir de ese trabajo llevando a la vez la tarea parroquial. Algunos de ellos no le vieron sentido a aquel proyecto y me dijeron que me dedicara a otras cosas. Yo me apunté a “los palos”, pero solo pude trabajar en ellos una semana. Así que al tercer año de estar allí pedí una parroquia más pequeña que pudiera ser compatible con ese posible proyecto mío de trabajar manualmente.
Esto no surgió de repente. Ya en León en la comarca de Gordón, los compañeros intentamos en bloque trabajar y vivir de nuestro trabajo, manualmente, en la mina el que pudiera, o en los colegios, y poner todo el dinero en conjunto. No nos lo permitieron ni el obispo ni la dirección de la mina: “Era una buena idea, dijeron en el obispado, pero tenía que ser el obispo el que dijera quién o quienes iban a trabajar…”
Sonó a disculpa, claro. Era el tiempo de la Misión Obrera en Francia, y de los curas obreros del Cardenal belga, Cardinj, pero en León no cuajaron esas ideas. En Huelva, sin embargo, había en aquel entonces, cuatro sacerdotes obreros, incluido el Vicario General. Por tanto, no parecía tan descabellado intentar ser cura obrero. Esto lo conocían mis compañeros y en aquel entonces me apoyaron decididamente.
En estos tres años en Alosno también tuve que hacerme cargo temporalmente de Tharsis, de San Bartolomé de la Torre, de Las Cruces…, por motivos de cambio de parroquia de otros compañeros. Y posteriormente, estando ya en Herrerías, atendí temporalmente a Villanueva de los Castillejos y El Almendro. Así llegué a conocer bastante bien casi todas las carreteras de la comarca…
Me fui, pues, a Herrerías en octubre de 1975. Y permanecí allí hasta agosto de 1984. Nueve años. Yo tenía 37 y aún jugaba al fútbol. Iba también a Mina Isabel los sábados por la tarde y tenía la eucaristía en la escuela. Había sesenta personas en aquel poblado.
Herrerías era más llevadero que Alosno, pues era mucho más pequeño. Pero era minero. Y esa realidad yo no la había vivido de cerca. Quizá fue en el primer año de estancia allí en que tuve la ocasión de ver y hablar con D. José Neila, director de la empresa. Y como tenía el gusanillo del trabajo, le pedí en aquella entrevista y apenas nos saludamos, que si había algún puesto de trabajo “manual”, no de oficinas, vacante en la mina y yo podía desempeñarlo, me gustaría trabajar allí.
Amablemente me dijo que comprendiera que si hubiera algún puesto de trabajo libre sería para los hijos de los productores, cosa que me pareció muy razonable y justa. Cuando yo se lo conté a algunos “hijos de los productores”, que aún andaban por el Club Juvenil, me dijeron: “La empresa está metiendo portugueses”. Quizá también esos fueran hijos de productores, pensé.
Así que otra vez me quedé sin poder realizar mi deseo de trabajar manualmente. Y hablando, hablando, me fui enterando de los cursos que se daban en Córdoba y a los que ya habían ido varios jóvenes de Herrerías. Una vez que hube arreglado con D. Celestino lo de las sustituciones en la parroquia, me fui a Córdoba a hacer el curso de soldadura eléctrica en la Formación Profesional Acelerada. Cinco meses y medio, y me traje también el carnet de conducir de primera, (por si caso…) En los meses posteriores saqué en Huelva el de remolque de camión y el de autocar, todos a la primera. ¡Qué suerte!.
Y con mi título de soldador eléctrico de tercera, pues en Córdoba no daban otro más alto, me fui a Huelva a pedir trabajo, ya que se hablaba que iban a construir un Polo de Desarrollo. No sé cuántas fábricas visité en una mañana. En todas me dijeron que no. Y es que empezaba la crisis del año 77 (y posteriores) y empezaban a despedir gente en aquellos momentos. Eso sí que fue mala suerte.
Otra vez a mi Herrerías, un tantico frustrado. Yo me decía: “Pues lo he intentado…”
Allá por noviembre, creo que de ese año 1977, alguien que sabía de mi interés por trabajar manualmente, me habló de que estaban apuntando obreros para “los palos”. Fui a pedir trabajo y me contrataron. 39 años, ¡la flor de la vida!, ¿no?.
Otra experiencia fuerte. Imaginad las caras de los compañeros de trabajo: un cura en los palos… Y los comentarios: “Este viene a quedarse de manijero, por lo menos”… ¡Qué buenos compañeros! Poco a poco me fueron preguntando con un tantico de miedo sobre mis verdaderas intenciones. Yo se lo expliqué: quería vivir de mi trabajo, no de un sueldo… Jesucristo también trabajó así…, etc., etc. Y ellos decían: “Es que aquí no se ha visto nunca”. No sé si, al fin, lo entenderían del todo. Pero creo que les quedó la sensación de compañerismo, y el agradable recuerdo de que alguien que, por profesión, que entonces aún consideraban un tanto elevado, había estado con ellos como uno más, y con ello se sentían como honrados y valorados.
También conduje en ocasiones el autocar que nos llevaba al tajo, pero sin dejar la “zoleta” nunca. “Aforé”, cavé, planté, limpié, corté eucaliptus… etc. Y al llegar a casa a las tres y media de la tarde…
Bueno este es otro capítulo.
Las reuniones
Llegué a tener once reuniones semanales después del trabajo diario en la forestal. Reuniones de todo tipo: catequesis con grupos desde catorce o quince años hasta reuniones pre-matrimoniales y post-matrimoniales.
Y con las mujeres, madres de familia, reuniones de formación con temas que empezaban a ser actuales y urgentes como dar a conocer los problemas de la droga. Y en general todo lo que se podía tratar sobre la educación de los hijos: relación padres-hijos, etc. Y, mira por donde, hasta ayudar a algunas madres a mejorar su lectura y escritura…
Con los/as jóvenes tuve muchas reuniones con variedad de temas. También hubo salidas al campo, a la Ribera… Y sobre todo en el Club Juvenil que mi amigo Celestino dirigió en su día y a mí me dejó también como encargo.
Con los niños y jóvenes el contacto era permanente. Pasaban por el club juvenil a diario y de cuando en cuando entraban en mi casa, “a ver qué hace el cura…”
¡Tengo tantos buenos recuerdos…! La misa de los domingos: los cánticos, las peticiones de los niños de motu propio… Y la Fiesta de Santa Bárbara: con la piñata… ¿Y los zancos? Fue una novedad en una de las fiestas de Santa Bárbara. A los niños les encantó. Y a alguno más, porque sé que hubo adultos que se entrenaban en secreto para llegar a poder sostenerse…
En la tómbola de Santa Bárbara colaboré también. Y un año se me ocurrió preparar unos cuantos caleidoscopios de fabricación propia, artesanal y casera. ¿Quedará alguno?
Tuve como afición la fotografía; y como por entonces las revelaba yo mismo, se repartían muchas. De esas sí que tienen que quedar, ¿no? Ellas pueden ayudar a recordar con más exactitud aquellos años.
Otra “actividad”, más restringida pero muy entrañable, fueron las frecuentes cenas en la casa rectoral con gente que estaba estudiando y que venían de vacaciones o algún fin de semana importante, especialmente en Navidad. También había gente que estaba en el pueblo de continuo. ¿Quién no recuerda el “pollo cabreado” o el orujillo?
El regreso a León
Mi vuelta a León no fue programada. Fue exigida por los acontecimientos. El trabajo en la forestal, considerado al principio como lo último, empezó a escasear y a ser considerado como necesario e imprescindible: otra “crisis económica”. El ayuntamiento paliaba, en parte, ese paro repartiendo algunas peonadas en trabajo de calles. Para mí aquello ya no era vivir de mi trabajo manual sino una limosna…
Y un día el encargado me dijo:
- Usted podría vivir de su sueldo de sacerdote, aunque ahora no lo cobre, ¿no?
- Sí, desde luego, le contesté.
- Es que, prosiguió, como usted sabe, el trabajo es escaso y puede que usted le esté quitando el trabajo a un padre de familia.
- ¡Oh no!, yo no quiero quitarle el trabajo a nadie, contesté. Y desde aquel momento dejé de trabajar. Y así lo que había sido pensado como definitivo para mi vida, se quedó en una “experiencia” temporal. Y puesto que ni la causa primera, la enfermedad de mi hermana, ni el trabajo manual que ahora ya no era posible, me retenían en Huelva, decidí volver a León, con 46 años.
Sucesos, anécdotas
Además de la vida normal de trabajo en la forestal, las reuniones, los juegos, los deportes, el club juvenil, hubo algún suceso extra… ¿Os acordáis de aquellos gusanos blancos que nos devoraron materialmente los bancos de madera de la iglesia? No supimos pararlos.
Y un suceso luctuoso. La muerte de un joven de Mina Isabel, hallado después de una semana en uno de los pozos abandonados de la mina flotando en el agua. Yo mismo bajé para sacarlo.
El curso acelerado de natación: ya que los niños iban con frecuencia a los diques a pesar de la prohibición de los padres, y esto podía suponer un evidente peligro, se me ocurrió enseñarles a nadar, o al menos a sostenerse en el agua. Y fue un éxito. En ¡diez! días aprobaron todos. Y aquello quedó para la historia en unos versos ripiosos, que aún conservo.
Hoy, ya jubilado por edad, sigo en activo con 19 parroquias, (aldeas las llamaríais vosotros), semidespobladas y con una población envejecida en la parte noroeste de la diócesis de León. Yo estoy muy contento aquí. ¿Qué culpa tiene la gente de ser pocos y ancianos? Son dos de las nuevas pobrezas. Así es una buena parte del mundo rural leonés del que hace muchos años la gente salió en busca de futuro, como de tantos otros lugares. La mayoría vive en las capitales pero suelen venir por el pueblo con cierta frecuencia en verano o en fines de semana, e incluso arreglan la casa paterna. Sin embargo las nuevas generaciones que ya han nacido en la capital son urbanitas a los que ya no les dice nada el campo ni la vida del pueblín.
Y esto es todo . Es seguro que se han quedado sin contar otras muchas vivencias, sucesos y acciones de personas que han sido importantes y que, a veintisiete años de distancia quizá se desdibujan. Tampoco se trataba de contar la historia de mi vida de manera completa. He seleccionado, claro, y he pasado de puntillas sobre otras muchas cosas, sin duda entrañables. Y aún así, esto ha salido excesivamente largo.
Un saludo a cada una de las personas que conocí y que de una manera o de otra se relacionaron conmigo.
Desde Vegarienza (León), un amigo.
Nicolás García León